El estar privados de nuestra libertad de hacer nuestras actividades, seguir con la rutina, ver amistades y familia, nos coloca en una posición en la que quizá nunca hemos estado antes: confrontados, desnudamente, con nuestra existencia pura. Esa existencia dura, que saca a flote todo aquello que los filósofos hace miles de años ya avizoraban: el vacío existencial.
Este vacío, quizás no es tan vacío como su nombre lo indica, ya que para algunos está ‘lleno’ de miedos, de inseguridades, de temores al futuro, de angustias de separación, o de recuerdos que gritan fuerte al oído. Es natural, y humanamente normal, sentir emociones intensas en momentos como estos, que nos conecten con ese lado tan íntimo, tan personal y tan –sobre todo- singular. Ese lado que la rutina, los medios de comunicación, las redes sociales y el sistema, tanto intentan acallar.
Pensémoslo bien, en un día habitual o cotidiano nuestro, realizamos un sinfín de actividades, nos rodeamos de un sinnúmero de personas y desempeñamos diversas funciones y roles. Entonces, ¿dónde queda el espacio para lo profundamente humano, para eso existencial, para eso tan íntimo? Le huimos, como sociedad, le huimos. Precisamente, porque duele, aprieta y quema por dentro. No nos gusta, queremos hacer de cuenta que esa angustia no nos va a alcanzar, que la podemos esquivar, entonces contratamos más canales de la televisión, vemos series, compramos cosas compulsivamente, consumimos sustancias, y nos volvemos adictos a los quehaceres.
Pero lo que no nos damos cuenta es de un pequeño-gran detalle: si nos diéramos a la tarea de darle un lugar, un lugarcito, a la angustia en el día a día…quizá esta no necesite quemar, ni nos apriete tan fuerte la garganta, pues le prestaríamos atención, tiempo y recepción.
La angustia es humana, y es una buena brújula cuando se le sabe escuchar. La psicoterapia es el espacio idóneo para atender esas emociones duras, incómodas, fastidiosas, para poder escucharlas de un modo que nos permita recibir su mensaje, y no solo callarlas, y no solo apagarlas. Son una excelente brújula, pues nos dirigen a nuestras propias heridas, y una vez que estamos ahí, podemos reparar, re-pensar, re-significar.
Si hoy estás experimentando angustia, dolor y temor, producidos por esta coyuntura social, quiero decirte que sé lo incómodo que te debes estar sintiendo, conozco el ardor que esto produce y lo mucho que estás luchando por apagarlo y apartarlo. Pero ¿sabes?, quizá sea un buen momento para que no luches contra esa angustia, sino con esa angustia. Ponte de su lado, y que el objetivo sea descifrar aquello que tiene por decirte, conectar con eso, te hará profundamente más fuerte.
Rompernos desde adentro, nos construye, jamás nos destruye.
Mg. María Claudia Gee
C.Ps.P. 26545